De espejismos y el dolor de ser fugaces

jueves, 15 de marzo de 2012


Sí, ya sé que corro el riesgo de repetirme, que lo mío es obsesión, que soy monotemática..., pero es que hoy, mi fetichismo, mi afán coleccionista y mi necesidad de perderme, de nuevo, en alguna obra de Felipe Benítez Reyes han recibido una sorpresa en forma de regalo (que agradezco muchísimo, por cierto). Por arte de birlibirloque (e Internet y engaño mediantes) ha llegado a mis manos un ejemplar numerado y firmado (yo es que oigo esto y empiezo a salivar) de Oficina universal de soluciones.

Cada persona es un mundo, se dice.  Dentro de cada cual, hay infinitos mundos, se dice también. Los escritores pueden compartir sus mundos (el real y los inventados, soñados, imaginados, deseados...) con nosotros, los ¿afortunados? (dependiendo del caso y de la obra) lectores. Personalmente, me gusta más perderme en unos mundos que en otros. Son mundos que siento míos, que no me resultan extraños porque, de algún modo, están dentro de mí antes de que cobren vida según los voy leyendo; mundos que completan y matizan mi propia visión de la vida y que echo terriblemente de menos cuando cierro las páginas de algún libro. Pero es en ese momento, justo cuando no tengo ya el libro delante, cuando me doy cuenta de que los llevo conmigo, de que ya forman parte de mí.

Esta sensación no la tengo con todos los libros, pero sí con algunos autores: Borges, Salgari, Luis Alberto de Cuenca, Bécquer, Bolaño, Tolkien, Gimferrer y Felipe Benítez Reyes.

Así que estoy más feliz que una perdiz. He pasado la tarde leyendo los 71 artículos de los que se compone el libro y son justo como me imaginaba (incluso mejores): un circo de tres pistas con extraterrestres, adictos a la gasolina, ladrones de huevos Kinder, espejos, pollos fugitivos, relojes, ranas, sueños, un mono homicida, Reyes Magos, recuerdos, planes, disculpas inútiles, Ed Wood, ratones, ventanas, apariencias, ilusiones, el azar... La vida, en fin, con todo lo que tiene de triste, de absurda y de... bueno, ponga aquí cada cual lo que crea conveniente.

Ha sido un recorrido a ratos reflexivo, a ratos fantástico y, casi siempre, hilarante. Un viaje en el que, como siempre me ocurre con este autor, he disfrutado tanto del contenido como de la forma (porque yo, insisto: aunque Benítez Reyes sea más conocido por su poesía, creo que es un prosista excepcional por eso mismo, porque es un poeta). Reproduciría algún fragmento, pero no me decido por ninguno. Siguiendo mi fea costumbre, ya he señalado a lápiz (muy flojito, eso sí) unos veinte.

He cerrado el libro, citando a la gran Lina Morgan, “agradecida y emocionada” y me he quedado el resto de la tarde pensando en eso: en Walter Arias, en espejismos, en la inutilidad de los propósitos y en el dolor de ser fugaces. 

Y en el mono estrangulador.

2 comentarios:

Hutch dijo...

Esa enumeración onomástica es toda una declaración de principios estéticos. De los de la B, salvo al primero. Saludos.

Suntzu dijo...

Ya, ya... Alguno de los de la B lleva tiempo criando malvas a los pies de un pedestal, lo recuerdo. :)

Saludos.