Canto a la juventud perdida

domingo, 9 de enero de 2011


No se puede negar que el título del último libro de Carlos Marzal (Los pobres desgraciados hijos de perra, Tusquets), como poco, llama la atención. De hecho, es el único título que ha sido capaz de memorizar uno de mis alumnos, que me vio leyéndolo en clase. Algo es algo.

En esta obra,  Marzal, más conocido por su faceta poética, nos presenta doce relatos. Son muchos los temas que toca: la nostalgia por la juventud, cómo las personas son lo que son y, en esencia, no cambian, lo mucho que se parecen la infancia y la vejez, las malas pasadas de la memoria y sus recovecos, lo maleable que son los recuerdos... En definitiva, el paso del tiempo y los estragos que causa en las personas.

Si soy sincera en el libro he encontrado de todo: relatos que me han gustado (por el argumento) y otros que no (por la misma razón). No obstante, es justo decir que todos están escritos con un estilo poético que, particularmente, me atrae. Los que más me han gustado han sido los relatos que me han hecho viajar en el tiempo, volver a mis veranos dando vueltas por el universo que entonces era mi urbanización, con todo el tiempo del mundo deslizándose ante mí a paso de caracol reumático. Los partidos de fútbol, las reuniones en casa de los amigos, los descampados...

Por otra parte, encontramos también relatos en los que se nos cuenta qué ha sido de los miembros de la pandilla, bastantes años después. Este ha sido el grupo de relatos que menos me ha gustado, pero, para ser justos, también en ellos he encontrado momentos y reflexiones que me han llegado.

Al igual que ocurre con Benítez Reyes, la prosa de Marzal deja traslucir el oficio de poeta, con lo que su lectura resulta muy interesante en lo que respecta a la forma, que está muy cuidada. Por lo tanto no es de extrañar que con Marzal me haya acabado pasando un poco lo mismo que con Benítez Reyes: que he terminado por no estar tan pendiente de lo que me cuenta y sí de cómo lo cuenta.

Por todo ello, a pesar de los altibajos que he experimentado en la lectura de esta obra, (algo lógico cuando se trata de relatos),  recomiendo vivamente su lectura. Como siempre, dejo por aquí un fragmento. Corresponde al inicio del primer relato, "Con un poco de suerte":

"Con un poco de suerte aquel verano -el último verano verdadero de la violenta y desconcertada juventud- habría podido ser el mejor de nuestras vidas.

Ninguno de nosotros sabía por entonces que nos estábamos despidiendo de algo. Ninguno hubiese dicho que estábamos diciendo adiós a una parte de nosotros mismo que ya no volvería, pero el caso es que así fue. Algo se marchó para siempre: sin previo aviso, sin levantar la mano para saludar desde la borda del barco que se aleja, sin una nota con su breve explicación que nada explica.

Las despedidas -eso lo aprendí más tarde- no consisten por regla general en un acto concreto, no son un hecho al que podamos atribuir su lugar, su fecha y sus protagonistas. Son un proceso, un transcurso. Uno está despidiéndose de las cosas, de las personas, de casi todo, durante casi siempre. Hasta que descubre que ya no están."