El Tercer Reich

lunes, 15 de noviembre de 2010

A este tenía ganas de echarle el guante desde hacía unos meses. Pero he ido leyendo otras cosas por el camino y me he despistado un poco de una de las líneas que me había marcado desde hace más o menos un año: leer todo lo que pueda de Roberto Bolaño. Lo primero que leí de él fue una serie de relatos, Putas asesinas. Me gustó, pero nada que ver con otras dos obras suyas: 2666 y Los detectives salvajes, que, según los que entienden de esto, son sus grandes obras maestras. 

 En El Tercer Reich  la trama principal gira en torno a las vacaciones que un alemán, Udo Berger, pasa en un pueblo de la Costa Brava con su novia. Udo es campeón en wargames (juegos de estrategia bélicos) y lo que en principio tenían que haber sido unas vacaciones idílicas (las primeras) con su encantadora novia, se convierten en algo complicado, oscuro y peligroso a raíz de su amistad con otra pareja de alemanes a los que conocen en la playa. La fauna local también queda retratada en las figuras del Lobo, el Cordero y, especialmente, el Quemado, que vive sepultado en los patines de playa que constituyen su negocio. A todo esto se suma la atracción que el protagonista siente desde que era adolescente por la mujer que regenta el hotel en el que se hospeda y que ya visitó con sus padres, cuando tenía 15 años. Todo lo que vive en dos, tres semanas de vacaciones va aislándolo de los que lo rodean, haciendo de él un espectro, un esperpento casi, no mucho más distinto al Lobo o al Cordero.

 Bolaño tiene un don para retratar las dudas, los temores, el lado oscuro de sus personajes, que queda muy bien expresado en sus sueños. Udo, por ejemplo, es capaz de percibir esa oscuridad en los demás, pero tarda en verla en él mismo. La vida como juego, como enfrentamiento es otro de los temas. El protagonista libra una lucha intensa con cuantos le rodean (desde un punto de vista emocional se va alejando de todos menos de su obsesión, Frau Else) que acaba simbolizándose en la partida que juega contra el Quemado.

En definitiva, una obra muy interesante y entretenida que  no llega al nivel de  crudeza y complejidad de 2666, pero que reúne lo básico del universo Bolaño. Por si lo queréis leer.

Dejo aquí un enlace a un documental que emitieron en la 2 no hace mucho. Si tenéis tiempo y os interesa, echadle un vistazo.


La llamada

lunes, 25 de octubre de 2010

El libro que comento hoy es uno de los más divertidos que he leído durante el último año. Debí haberle dado su sitio antes aquí, pero lo de siempre: "Mañana me pongo". Y al final, no te pones. Así que me pongo hoy, que mis ojos han dado con el libro y no he podido evitar sonreír al recordar determinados sucesos que en él se narran.

Los objetos nos llaman, de Juan José Millás acabó en mis manos por uno de mis disparatados criterios. Lo vi en Carrefour y lo abrí porque no era muy gordo (no tenía ganas de leer un tochazo). Al abrirlo, lo que leí fue esto:

"LA MUERTA

Cierto día, un compañero de colegio señaló en la calle a una mujer diciéndome

-Mírala, está muerta."

El cuento continúa explicando cómo hay mujeres, muertas por dentro, que van por la calle envueltas en una burbuja. No continúo por no destripar el final, pero me gustó. Pensé: "Este tío es raro". Así que me llevé el libro a casa y no me arrepiento en absoluto. Me lo pasé muy bien leyéndolo. Las dos veces. 

Los objetos nos llaman está compuesto por cuentos divididos en dos grandes bloques: "Los orígenes" y "La vida".

El primer grupo de textos corresponde a episodios infantiles, recuerdos, problemas sin resolver con los padres... Están escritos en primera persona. Abordan, con gran sentido del humor, las relaciones paterno-filiales: el descubrimiento de algún secreto del padre, la manía de la madre de que se pusiera dos pares de calcetines, el tío exótico de vida trepidante, una carrera por la calle para ganar un concurso, las mentiras sobre los Reyes Magos...

En el segundo, ya desde una perspectiva más adulta, se recogen cuentos de más diversa índole relacionados con el matrimonio, el trabajo y el día a día. Aquí el narrador se distancia y va adoptando distintos enfoques y puntos de vista. pero el sentido del humor, que es uno de los hilos conductores de esta obra, sigue ahí. Terapias acerca de sueños con bragas, dudas teológicas, agencias matrimoniales, amores con la chica que te llama para hacerte una encuesta, incidentes con taxistas...

Es lo primero que he leído de este autor, pero no será lo último, seguro. Muy, muy recomendable para desconectar y reírse un rato.

Las raíces

viernes, 22 de octubre de 2010

Llegué a las Eddas de Snorri Sturluson por Borges y Luis Alberto de Cuenca, pero he vivido la grata sorpresa de encontrarme en sus páginas con Tolkien, otro friki de cuidado. El último libro que he leído, Textos mitológicos de las Eddas, de Snorri Sturluson recoge los textos mitológicos de dos obras islandesas medievales: la "Edda de Snorri" (o "edda menor") y la "Edda mayor", un conjunto de poemas mitológicos. Aunque en origen son islandeses (con antecedentes germánicos), han pasado a formar parte indisoluble de la cultura escandinava en general.

No se trata de una lectura fácil. Básicamente, por culpa de los nombres impronunciables en nuestra lengua que la pueblan. Pero una vez superados los "Gylfaginning" y los "Skáldskaparmál", si el lector tiene un poquito de tesón y un puntito friki (aconsejable en este tipo de lecturas), verá recompensados sus esfuerzos. Por los versos de las Eddas se pasean Odín, Thor, los Ases, los Vanes, el molesto y malvado Loki (siempre tiene que haber un malo en toda historia que se precie) y cierto toque de decadencia que me parece muy hermoso. El paganismo entonando su canto del cisne a punto de desaparecer por el empuje del cristianismo.

Como decía antes, me he encontrado con nombres tan familiares como Gandalf, Thorin, Fili, Kili y Fundin. O criaturas como los enanos y los elfos. Ha sido como escarbar en la tierra y ver las raíces de uno de los libros a los que más cariño le tengo.

 En pocas palabras, esta lectura supone otra  manera de acercarse a las respuestas que hace muchos siglos daban hombres como nosotros a las grandes preguntas: ¿De dónde venimos? ¿Por qué? Y poder comprobar que esas respuestas, aunque revestidas de ropajes distintos, suelen ser muy similares.

El lado oscuro

sábado, 2 de octubre de 2010

Debería estar pasando mi horario a Séneca, pero en mi nueva filosofía de vida, primero va esto. Además, quiero escribir esta entrada ahora que tengo fresquita (como que lo he leído esta mañana en un trayecto de tranvía) la lectura de El Cuervo y otros poemas góticos, de Luis Alberto de Cuenca. No es la primera vez que aparece en este blog ni será la última. Con ilustraciones de Miguel Ángel Martín, esta breve antología recoge poemas basados en mitos del terror de todas las épocas y el lado más truculento de su poesía desde 1970 a 2009 que, particularmente, es el que mejores ratos me hace pasar.

Se trata de una edición cuidada y curiosa, una rareza de esas que hay que tener en casa porque, además, no está mal de precio (unos 9 euros). Por sus versos pululan zombis, mujeres decapitadas, asesinatos, el mismísimo cuervo de Poe, vampiros, resucitadas, fantasmas o mi querida princesa Leia. Una mezcla de oscuridad, morbo, elementos propios de los novísimos (carmín, la omnipresencia de Ezra Pound como referente indiscutible, mujeres fatales) y frikismo que me encanta.  El primer poema en el que se detuvieron mis ojos al echarle un vistazo fue uno titulado Star Wars. Con algunos me he reído muchísimo.  Para animaros a su lectura os dejo por aquí un poema. De los que más me gustan, creo que es el único que puedo transcribir sin que penséis que soy una enferma:

 La noche blanca

CUANDO LA SOMBRA CAE, se dilatan tus ojos,
se hincha tu pecho joven y se dilatan las aletas
de tu nariz, mordidas por el dulce veneno,
y terrible, alegre, tu alma se despereza.

Qué blanca está la noche del placer. Cómo invita
a cambiar estas manos por garras de pantera
y dibujar con ellas en tu cuerpo desnudo
corazones partidos por delicadas flechas.

Nieva sobre el espejo de las celebraciones
y la nieve eterniza el festín de tus labios.
Todo es furia y sonido de amor en esta hora
que beatifica besos y canoniza abrazos.

Para ti, pecadora, escribo cuando el alba
me baña en su luz pálida y tú ya te has marchado.
Por ti, cuando el rocío bautiza las ciudades,
tomo la pluma, lleno de tu recuerdo, y ardo.


Docere, delectare et mouere

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Hace unos meses, en uno de los comentarios del libro Madrid, de corte a Checa, Jajaja, me recomendó la lectura de este libro. En agosto, llegó a mis manos vía regalo y muy bien recomendado. He terminado de leerlo hoy y agradezco las recomendaciones y, especialmente, el regalo, porque me lo he pasado extraordinariamente bien leyendo este libro. 

La novela de un literato recoge, en tres tomos, las memorias de Rafael Cansinos Assens (figura que debería rescatarse del olvido) y abarca el período comprendido entre 1898 (fecha emblemática donde las haya) y 1936 (que tampoco es moco de pavo). Por la vida del autor pasa de forma más o menos directa, lo más granado del panorama literario de la época. Y lo menos granado también, que suele ser lo más interesante.

Cuando una estudia las biografías de los autores en los libros de texto, rara vez pasan de ser un nombre acotado por dos fechas y una lista de obras que han pasado a la Historia con más o menos fortuna. Leer este libro me ha dejado sin escritores en un pedestal (menos Bécquer, claro), pero me los ha hecho mucho más humanos y menos envidiables, no sé si me explico. Las tertulias literarias de El Colonial, La Pecera, el Pombo... quedan, en muchos casos, reducidas a reuniones de borrachuzos que no se pueden tener en pie y que son profundamente desgraciados, cada cual a su manera.

Lo que más me gusta de la novela es la delicadeza y la finura con la que el autor le corta un traje en menos de dos minutos a cualquiera que conoce. Bajo una apariencia de bondad y humildad, se esconde una mirada incisiva y una pluma que es más bien un escalpelo. Pocos son los autores que se libran de su crítica, del comentario mordaz: Rubén Darío (el retrato que hace de él es, simplemente, desolador), Villaespesa, Valle-Inclán, Unamuno, Juan Ramón Jiménez (creo que el único por el que siente un afecto y admiración sinceros, aunque termine censurando algunos comportamientos a raíz de su matrimonio con Zenobia), los Machado, Gómez de la Serna (al que da estopa a base de bien), la Colombine (cuyo final no tiene desperdicio), Concha Espina, Azorín, Baroja, Borges (por desgracia, sólo mencionado de pasada a pesar de la devoción del argentino por el autor del libro), Felipe Trigo, Blasco Ibáñez, el pobre Galdós, la saga de los Sawa, Torcuato e Ignacio Luca de Tena (que no salen muy bien parados tampoco), Victoria Kent... Todo el que fue o quiso ser algo en ese periodo, aparece en la obra.

El mundillo literario, en general, puesto al desnudo, visto desde dentro: la concesión de premios,  el funcionamiento de los periódicos (otro de los aspectos que más me ha gustado), la publicación de las obras, los egos enfrentados, las amistades por conveniencia, lo efímero de las admiraciones juveniles, los cambios por los que, inevitablemente, pasamos sin darnos cuenta de ello a menos que miremos hacia atrás. También tiene el autor momentos de ternura, reflexiones que demuestran su humanidad, a veces diluida entre tanta crítica corrosiva.

El estilo es claro, sencillo, pero no por ello simple. El sarcasmo y la ironía (con acertadas metáforas al servicio de ambos) recorren todo el libro, lo que ayuda a que la lectura sea muy amena.

Absolutamente recomendable. Lo que decía al principio: "enseñar, agradar y animar".

Y de nuevo, Benítez Reyes

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Un taxidermista, un niño bicéfalo, un bibliotecario, una aparición que envejece con el paso del tiempo, un domador, una señora con una cabeza descomunal, un edificio que no tiene nada que envidiarle al 13 rue del percebe, dos gigantes enfrentados entre sí, reptiles varios, una señorita invisible, gigantes, un señor de 1,58 con muy mala leche, una sirena, filósofos con aires de reinonas, una ladrona de identidades, el poder de los sueños, vecinos que te echan manos (en sentido literal), espectros...

Son algunos de los elementos que dan forma a este collage literario y visual que es Formulaciones tautológicas, de Felipe Benítez Reyes.  Como mi admiración por todo (o la mayor parte) de lo que escribe este hombre ya es conocida en este blog, no digo mucho más. Solo que se trata de una obra compuesta por relatos cortos, muy cortos, que representan a la perfección esa mezcla entre el intenso lirismo, lo onírico y lo absurdo a la que nos tiene acostumbrados. Un libro divertido que creo que condensa lo mejor de su mundo.

Como este es un blog de impresiones lectoras  y no de análisis, os dejo aquí un enlace a una entrada en el blog del escritor que habla del libro y de su proceso de composición, que tampoco tiene desperdicio.

Una joya. Si os van las rarezas, claro.

Dos de romanos

viernes, 13 de agosto de 2010

Probablemente, debería esperar para hacer este comentario a concluir la trilogía de Santiago Posteguillo, pero no lo voy a hacer. Entre otras cosas, porque le he prestado el primer tomo a uno de mis hermanos y no sé cuándo lo voy a poder leer, así que comento en esta entrada los dos últimos libros que he leído: Las legiones malditas y La traición de Roma.



Lo mismo que le ocurre a Bastian Baltasar Bux, el protagonista de La historia interminable, que acaba siendo un personaje más del libro y que salva Fantasía gritando el famoso "¡Hija de la Luna!" por la ventana, eso mismo, me ha ocurrido a mí con estos libros: que me he visto ponerme lanza en ristre para aguantar la embestida de los elefantes de Aníbal.

A primera vista, los tomos que componen la trilogía que recrea la vida de Escipión (Africanus, Las legiones malditas y La traición de Roma) son bastante gruesos, de ochocientas o novecientas páginas. Cuando una se pone a leer, se hacen cortos. Lo mío con la novela histórica viene de muchos años atrás, pero va por rachas. Hacía mucho, muchísimo tiempo que no disfrutaba tanto leyendo, que no me metía en el fragor de una batalla hasta oler la sangre del legionario que está a mi lado, hasta sentir ese escalofrío cuando el general lanza la última arenga antes del combate decisivo. Creo que la última vez que me metí tanto en un libro de este tipo fue leyendo la magnífica trilogía de Mary Renault acerca de la figura de Alejandro Magno (Fuego en el paraíso, El muchacho persa y Juegos funerarios).

El completo retrato que Santiago Posteguillo hace de la figura de Escipión, el Africano, de la época y de su entorno es producto de un trabajo de investigación y estudio que se aprecia en cada página sin que por ello se tenga la sensación de que se trate de un ensayo sesudo o de que le estén aleccionando a uno. Y sin embargo, se aprende a la par que se disfruta.



Quizá porque lo bélico me tira mucho me quedo, de Las legiones malditas, con la batalla de Zama y de La traición de Roma, con la de Magnesia. Nunca he sido capaz de poner en pie, por escrito, nada de demasiada extensión, por eso admiro la técnica y el saber hacer de personas como Posteguillo, que consiguen transmitir el ritmo, la tensión de una batalla campal. En el caso de este autor, además, elabora una panorámica completa de los ejércitos en lucha, alternando los puntos de vista constantemente, con una técnica muy cinematográfica, por así decirlo. Tan pronto estás metida en la cabeza de Escipión planeando la estrategia que hay que seguir, como uno de sus generales al frente de los hastati, como eres el mismísimo Aníbal.


Otro aspecto que me gusta de estos libros es que no se da una versión maniquea de la historia, no hay buenos ni malos, sólo (que no es poco) dos grandes mentes militares enfrentadas entre sí y con sus respectivos gobiernos, que les hacen la vida francamente difícil a ambos.

En resumen, estos libros no los recomiendo: deberían ser de lectura obligatoria.

Dejo por aquí un enlace al blog del autor en el que podréis escuchar una entrevista reciente al mismo en la cadena SER.

Niños de tiza

sábado, 29 de mayo de 2010

Creo que ya lo he comentado por aquí alguna vez: las novelas que idealizan la infancia como un paraíso perdido no me gustan nada ( a menos que den una visión de la misma que no esté llena de tópicos, caso de La propiedad del paraíso). Personalmente, creo que la infancia es tan dura o más como pueda serlo cualquier etapa posterior de la vida. Cuando leí la cubierta del libro de David Torres (Premio Tigre Juan 2007), por un momento, temí lo peor. El resumen que se hace en ella de la obra me dio la impresión de que iba a ser una obra con tendencia a la sensiblería. Por suerte, no ha sido así.

Roberto Esteban, un boxeador con problemas con el alcohol y medio sordo y que ya había aparecido en El gran silencio, vuelve a su barrio de Madrid para cuidar a su madre. Allí se reencontrará con amigos y enemigos de la infancia y con el misterioso fallecimiento de Gema, una niña paralítica que murió en extrañas circunstancias.

Este reencuentro con su infancia no transcurre, afortunadamente, por los cauces de la idealización aunque sí de la nostalgia. Las travesuras de la pandilla se van mezclando con la dureza de la vida adulta y se comprueba que algunas cosas no cambian tengas doce o cuarenta años: algunas siguen siendo igual de malas y otras empeoran.

El protagonista vuelve al barrio veintitantos años después, podría esperarse que fuese una persona nueva, con su futuro por delante, pero todo le lleva a su pasado: el amor imposible, el cura que le enseñó a boxear, el Chapas, el Lenteja, el gitano Romero, las palizas, las borracheras...

La trama, con los elementos propios de una novela negra, consigue mantener al lector atento casi hasta el final (un tanto predecible, por cierto). Pero en contra de lo que ocurre en otras novelas negras muy mal escritas, la agilidad en la narración no se consigue a costa de la calidad literaria, de modo que no es difícil encontrarse alguna metáfora bastante afortunada. En definitiva, una lectura muy recomendable.

Y gracias de nuevo, Angelus.


Título: Niños de tiza.
Autor: David Torres.
Editorial: Algaida.
Páginas:416.
ISBN: 978-84-9877-121-3
Precio:20 euros.

La propiedad del paraíso

lunes, 17 de mayo de 2010

El sargento Arruza (personaje que aparecerá luego en Tratándose de ustedes) llegó a mí como protagonista de un texto que me dieron para que analizase durante mi etapa de preparación para las oposiciones. No le presté la más mínima atención al sargento, pero me quedé con las "suripantas" y el "tunanterío".
Por una de estas cosas que tiene la vida, un compañero de trabajo y, a pesar de ello, amigo, me habló años después, de Felipe Benítez Reyes, de quien yo no había leído nada (o eso creía). Me prestó Tratándose de ustedes y luego este, La propiedad del paraíso. Fue el libro que me acompañó durante mis vacaciones de verano en Grecia (la foto es de entonces). Y teniendo en cuenta las circunstancias del viaje, me hizo más compañía que la persona con la que iba. Un par de meses más tarde me lo compré. Hace dos días, lo cogí para hacer esta entrada. En principio, pensaba echarle un vistazo, lo justo para refrescar la memoria, pero he acabado releyéndolo y señalando las partes que más me gustan. Ya lo he prestado a unos cuantos amigos, así que por fin me he sentido libre para pintarrajearlo y hacerlo definitivamente mío.

Lo que me gusta de La propiedad del paraíso es, aparte de su prosa, la sensación de decadencia que transmite todo el libro. Una obra breve que recoge los últimos coletazos de la infancia: el Duende, el misterioso mundo de los adultos, los terrores nocturnos, los gusanos de seda, los cines, las chicas, los últimos juegos, los primeros besos, la muerte. Aunque no esté de acuerdo con el autor en idealizar la infancia como una época de felicidad pasada, como un paraíso perdido, es un libro muy bien escrito, a modo de collage en el que, en capítulos muy cortos, se condensan, con toda la intensidad lírica que Benítez Reyes es capaz de crear en su prosa, las grandes vivencias de una edad en la que no se sabe muy bien si te tienes que poner el pantalón corto o el largo, si puedes seguir jugando a los superhéroes sin que una punzada de sentido del ridículo (propio o ajeno) te arruine la diversión, si puedes acercarte a darle un beso a una chica sin que se ría en tu cara porque todavía te ve como a un niño.

Como siempre, dejo por aquí un fragmento:


Las muchachas de los labios pintados de rojo


"Tenían para mí la indefinición de un espejismo. Pasaban siempre con la desesperante fugacidad de lo inalcanzable y lo soñado, como un trampantojo o como una brumosa escena de la duermevela. Apenas podía recordar yo luego sus cinturas, sus melenas, sus pendientes de argolla o sus collares, que sonaban como un revoltijo de cascabeles: una ajuar de diosas de barriada.

Eran las que, según contaban los chavales mayores, iban con ellos al cine o a los cañaverales de la estación a cambio de pulseras de latón o de cromos de artistas. [...]

Una vez, parado yo con mi madre ante el esacaparate de una mercería, oí a un gitanillo decirle a una de aquellas muchachas: "Vámonos a la estación". Y sentí por dentro un rencor oscuro. Como si alguien hubiese roto una bolsa de sombra líquida dentro de mí. Imaginé aquellos labios rojos en la oscuridad, y la falda arrugada y manchada de barro. Y el calor de la piel. [...] Se fueron. Yo seguí oyendo el eco de aquella frase: "Vámonos a la estación". Aquella frase contenía toda la oscuridad del deseo [...].

Al cabo de unos años, unas sombras decepcionadas salen de la penumbra urgente de un cine o de unos cañaverales de una estación fuera de servicio. Unas sombras que no tienen nada que decirse salen de un apartamento prestado o de un hotel no demasiado céntrico. Y una de esas sombras tiene mi rostro."

Título: La propiedad del paraíso.
Autor: Felipe Benítez Reyes.
Editorial: Tusquets.
Colección: Andanzas.
Páginas: 130.
Precio: no me acuerdo.
ISBN: 84-8310-179-9
Encontrado en: Librerías Beta.

Una lectora nada común

martes, 11 de mayo de 2010

Un día, persiguiendo a sus perros, la reina de Inglaterra va a parar a la biblioteca ambulante de Westminster. Este encuentro casual cambia su forma de ver la lectura y, por consiguiente, la vida. Una persona que por su rango debe mostrar interés por todo, pero sin inclinarse demasiado hacia nada, va manifestando un interés tan absorbente por la lectura, que sus más allegados pensarán que ha perdido la cabeza.
Comienza por Ivy Compton-Burnett porque recuerda su peinado el día que la hizo Dame, pasa a Nancy Mitford (A la caza del amor), Dylan Tomas, Ian McEwann, Henry James, Proust (llega a leer En busca del tiempo perdido), Balzac, Dickens, Turguéniev… Poco a poco, el gusanillo de la lectura se acomoda en ella y la reina empieza a hacer “cosas raras”: traba amistad con un jovenzuelo pelirrojo que trabaja en sus cocinas y que se convierte en su guía literario, pone en un aprieto al primer ministro francés al preguntarle por Jean Genet, provoca un retraso en el desfile de inauguración del Parlamento; en las audiencias reales, en vez de preguntar las cuatro trivialidades de rigor, pregunta a la gente qué está leyendo. En definitiva, empieza a tener un criterio propio. La relajación en el cumplimiento de sus funciones reales provoca primero la extrañeza y luego el enojo de algunos de sus más allegados, como Sir Kevin, su secretario privado, quien no cesa de indicarle, delicadamente al principio y con más rotundidad después, que la lectura está perjudicando su imagen.
Son numerosos los incidentes que provocan la risa y la simpatía del lector, propiciados por el hecho de que la protagonista sea quien es. Pero lo cierto es que, tomando a la reina de Inglaterra como personaje principal (lo cual es un acierto), Alan Bennett ejemplifica en ella sensaciones que todo lector ha experimentado alguna vez: el poder liberador de la literatura, el proceso mediante el que todo lector empieza leyendo algo que le atrae (independientemente de su calidad artística) y luego se va forjando y puliendo el gusto literario, el vértigo que sientes cuando te paras a pensar en todo lo que te queda por leer y, sobre todo, todo lo que no leerás nunca, los intentos de escribir algo propio…

En conclusión, es un libro con en el que cualquier lector voraz puede sentirse identificado. Además, si andáis justos de tiempo, se lee en una tarde (tiene unas 120 páginas). Muy recomendable.

Charla con Andrés Neuman

domingo, 9 de mayo de 2010


Absorta en mi mundo como estoy, se me había olvidado por completo que tocaba Feria del Libro de nuevo. Y eso que es la única feria que me gusta en esta ciudad. Ayer por la mañana salí de casa a dar una vuelta por el centro y me la encontré de sopetón. Una alegría inesperada. Lo que no sabía era que me aguardaba otra.

Al echarle un vistazo a la programación de la Feria de este año vi que entrevistaban a Andrés Neuman por su reciente Premio de la Crítica y, aunque tuve que inventarme algo que hacer durante tres horas por el centro, la espera y el fresquito merecieron la pena. Tuve que espantar a un moscón que se las daba de entendido y era evidente que no había leído nada de Neuman ni de casualidad, aunque así lo pretendiera. Pero debió verme cara de tonta y se dijo: "Con esta me quedo yo". Al final, harto de que lo corrigiera (y no soy de las que corrigen constantemente a los demás, pero es que este no paraba de meter la pata), se cambió de sitio. Una vez solita y tranquila (que es como se disfruta de estas cosas si no puedes ir con otra persona a la que le guste el tema tanto como a ti), vi, por el rabillo del ojo, aparecer al invitado.

Durante una hora (y empezando a la hora señalada, lo cual se agradece por poco habitual), Manuel Pedraz y Andrés Neuman hablaron de literatura, de su nueva obra, Cómo viajar sin ver, de El viajero del siglo, de su poesía, sus microrrelatos, el futuro del libro en papel y su convivencia con los libros electrónicos... Sesenta minutos que se me pasaron volando, porque no fue la típica entrevista-coñazo. El entrevistador había preparado muy bien su parte y el entrevistado estuvo la mar de simpático y entretenido. Supongo que andará harto de promociones y entrevistas y coloquios y demás, pero lo cierto es que no se le notó nada, lo cual también se agradece enormemente.

Mi única pena fue no haberlo sabido antes y haber llevado mi ejemplar de El viajero del siglo para que me lo firmara. Aunque conociéndome, al final no me habría acercado, porque luego pienso siempre: "¿Y para qué narices quiero la firma?" Me quedo con lo otro: con las risas, los espontáneos, la megafonía sonando constantemente, los poemas... En definitiva, un buen rato disfrutando de la literatura.

Para tiempos de paz

miércoles, 28 de abril de 2010


Hoy, mientras pasaba mis odiadas pruebas de diagnóstico, he terminado de leer (ya le había echado un vistazo hace un par de semanas, pero me faltaba el empujón final) un libro que me ha hecho mucha gracia, verdaderamente curioso. Me lo prestó una compañera del instituto y, como a mí lo bélico me tira muchísimo, lo empecé a leer casi en el mismo momento del préstamo.


Se trata de Instructions for British servicemen in France (1944), editado por la Universidad de Oxford. Como su más que explícito título indica, recoge una serie de instrucciones acerca del comportamiento que debían mantener los soldados británicos en tierras francesas tras la liberación de las mismas y el fin de la Segunda Guerra Mundial. Está escrito en inglés, pero no hace falta tener un nivel alto para comprenderlo, os lo aseguro. Así, el libro contiene una breve historia de Francia, apuntes sobre su geografía, su moneda, etc. Pero lo mejor del libro reside en cómo describe a los franceses, cómo indica de qué temas se puede hablar o no y de la conveniencia, por ejemplo, de abstenerse de tomar vino si no están acostumbrados o con alguien que sepa beber.


Si lo veis por ahí y sois aficionados a las curiosidades históricas, echadle el guante. Se lee enseguida y merece la pena.

84, Charing Cross Road

lunes, 26 de abril de 2010

Me han prestado el libro esta mañana. Acabo de terminar de leerlo (no se tarda más de dos horas o tres, como mucho) y, aunque no creo que lo recuerde como uno de mis favoritos, sí creo que lo que quedará en mí es la pasión por la lectura que transmite la historia. Y por los libros como objeto de culto. He de reconocer que a mí me pasa lo mismo: podría sacar los libros de la biblioteca, pero tengo que tenerlos. Aunque al final los deje en un banco en la calle para que quien quiera lo acoja y vea, en ese libro abandonado, algo que a mí se me escapó. Los que me gustan los guardo, por supuesto. Y los vuelvo a comprar, en algunos casos.

Eso es lo que me ha gustado de esta historia, esta correspondencia mantenida durante 20 años por la autora, Helene Hanff, en Nueva York y los responsables de una librería (Marks & Co.) en Londres. Lo que en un principio comienza siendo una correspondencia formal, comercial, acaba convirtiéndose en una relación afectuosa entre la autora y todos los trabajadores de la librería. Aunque no conozco la inmensa mayoría de títulos que se mencionan, eso no me ha impedido disfrutar mucho de la lectura de este libro. Además, no he podido evitar acordarme de alguien que pasa por aquí de vez en cuando: Xose (muchísimas gracias por el intercambio de libros, útiles de escritura y cartas. Te llegará una la semana que viene. Con libro, claro).

En definitiva, una lectura ideal para bibliófilos dispuestos a distraerse y disfrutar una tarde sentaditos en un sofá.

Uno de detectives adolescentes

miércoles, 7 de abril de 2010


Como últimamente estoy leyendo libros de historia relacionados con la Guerra Civil española, tiro de clásico (clásico en mi vida, más bien) para actualizar un poco el blog, que lo tengo abandonadito. El título que he escogido para esta entrada no es muy conocido, pero es muy importante en mi vida, es decir, que lo he elegido por cuestiones puramente emocionales.

Se trata de Misterio del príncipe desaparecido, de Enid Blyton. Este libro lo leí con diez años y lo releí no sé cuántas veces, muchas. Es del estilo de Los Cinco, que quizá sea la serie más conocida de esta autora, pero con otra pandilla de chicos que van resolviendo misterios por ahí: Fatty, Larry, Daisy, Pip, Bets y "Buster", el perrito que aparece en el libro y que dio nombre al que luego fue mi perro durante ocho años. Ahora me suena rarísimo y todo el mundo me lo decía entonces, pero estaba tan enganchada a este libro, que durante dos años guardé el nombre en mi mente hasta que se lo pude poner a un perro. Pobrecito.


El libro tiene mucha acción y la historia transcurre durante las tres últimas semanas de un verano aburrido, en el que parece que no va a pasar nada interesante (los protagonistas, a pesar de su corta edad, ya tienen una larga experiencia como detectives). De repente, un príncipe de un país lejano desaparece por los alrededores del pueblo de los chicos y estos se ponen a investigar. Como es de suponer, hay mucho paseo en bici, mucho carrito de helado, disfraces, interrogatorios y demás elementos típicos de esta clase de historias. Supongo que los niños de ahora lo verían desfasado e infantil (los protagonistas se entretienen, entre otras cosas, componiendo poemas colectivos y suelen hacer caso a sus padres), pero a mí me encantó. De hecho, todavía lo conservo, aunque las relecturas y los más de veinte años que lleva conmigo (con sus numerosas mudanzas) han hecho mella en él. Y alguno de mis hermanos, que, ahora que lo he abierto, he visto que me han hecho dibujitos obscenos en los bordes de las páginas, a modo de animación. Cría cuervos...

Madrid, de Corte a checa

lunes, 22 de febrero de 2010


Me acerqué a este libro sin saber muy bien qué me iba a encontrar. Sabía qué periodo histórico abarcaba, conocía la ideología del autor, pero esperaba otra cosa. Un panfleto sofisticado, tal vez. He de decir que mi ignorancia me ha hecho un flaco favor porque acabo de terminar de leer un gran libro magníficamente escrito del que he aprendido algunas cosas. Otras, las he recordado; como, por ejemplo, que toda historia tiene dos caras y que hay que conocer ambas para poder formarse una idea aproximada de lo que fue el periodo comprendido entre 1931 y 1937, que es cuando concluye la novela. Que, por supuesto, Agustín de Foxá nos da su punto de vista personal (¿quién no lo hace?) a través de los ojos del protagonista, José Félix, un joven falangista que es testigo privilegiado de los cambios producidos en Madrid durante esos años.


Creo que a menudo caemos en el error de tener una visión de la historia parcial, sesgada en un sentido muy claro. Cualquier versión que nos den será subjetiva, pero cuantas más tengamos, menos posibilidades tendremos de ser manipulados. Por eso, considero que la visión de Foxá debe ser tan conocida, leída y tan respetada como la de Alberti (quien, por cierto, aparece en la novela junto a buena parte de la Generación del 27) o cualquier persona de izquierdas que cuente su historia. Ideologías aparte, he cerrado el libro con la sensación de haber aprendido, como ya he dicho, y, sobre todo, de haber disfrutado de una trama muy bien construida y una prosa irónica, desgarradora y poética a partes iguales. Por eso está aquí, porque lo considero un tesoro literario.

No será lo último que lea de Foxá. Y lo aconsejaré a todo aquel con el que me cruce para que un gran escritor no caiga en el olvido, por mucho que le pese a mi querido ayuntamiento.
Como siempre, dejo un fragmento de la obra, por si os gusta.


"Llegaban al café gentes absurdas. La gitana vendedora de lotería [...] y el médico-poeta, inventor de inyecciones y sueros extraños y que por entonces trataba de encontrar una lente que devolviera la vista al ojo atrofiado que, según él, tenemos en el occipucio.

Le interpelaba a gritos Ramón, sembrando greguerías.

-Usted debe inventar una vacuna para conseguir una ganadería de toros de lidia que tengan los ojos verdes.

Se encendían con licores literarios. Sentíanse escritores malditos, terror de la burguesía e imitaban la acritud de Verlaine y el coñac malo de Baudelaire. Nostalgia de las "flores del mal" y el ajenjo francés en la noche del sábado.

Decíanse frases estudiadas:

-Yo sólo creo en las brujas.

Y Ramón pontificaba con sus definiciones:

-Morir es dormir sin narices-o también-: Aquel estanque estaba tan sucio que en él nació un cocodrilo.

Luego ordenaba:

-Que apaguen la luz eléctrica.

Y el criado encendía los viejos reverberos de gas, con su luz de luna sobre los cafés y el anís tembloroso.

Hablaba de su casa, de su dormitorio con un techo lleno de costras, la mujer de goma de tamaño natural con la que vivía y el farol de gas comprado al ayuntamiento de Madrid, que daba al pasillo de su casa un ambiente de calle entre solares.

En voz baja José Félix comentaba con Pedro:

-Chico; yo ya estoy de vuelta de todo esto. Me empiezo a cansar. Qué viejo nos ha salido el nuevo régimen.

Salieron a la calle. Sobre las azoteas brillaba la luna. La miró José Félix.

-Mira la luna. La luna; sencillamente, sin literatura, sin greguerías, sin metáforas. La luna, como dicen los pastores.

No se daba cuenta de que aquello también era literatura."



Título: Madrid, de Corte a checa

Autor: Agustín de Foxá

Editorial: El buey mudo

Páginas: 390

Precio: 22 euros

ISBN: 978-84-937417-4-7

Encontrado en: Fnac

El arte del apócrifo

domingo, 7 de febrero de 2010


Un libro magnífico en el que Benítez Reyes da vida a varios poetas, cada uno con su biografía más o menos desgraciada y su obra. ¿Qué decir de algunas de ellas, como la de Servando Montes, el rotundo endecasilabista? Un escritor que encuentra tal perfección en el primer endecasílabo de sus poemas, que no sigue escribiendo más, dando así lugar a una obra consistente en primeros versos, casi exclusivamente. O Rogelio Vega, el falsificador, que imita obras de Borges, T.S. Eliot, Leopardi o Keats.


Me resulta pasmosa la facilidad con la que Felipe Benítez Reyes se mete en la piel de otros autores (ficticios o reales) en este libro. Y  no se trata de forzados intentos de emular estilos diferentes, es que, además, lo hace con aparente soltura, creando piezas excelentes dentro de cada tendencia.


Lo mejor es que se trata de poesía rociada con buenas dosis de humor. Sirva como ejemplo la biografía de uno de sus apócrifos, Pablo Arana poeta de la experiencia (corriente en la cual se suele incluir al propio Benítez Reyes):


"Nacido en Madrid en 1965 y educado en la lejana Irlanda, Pablo Arana, ejemplifica como pocos la presión que una tendencia dominante puede ejercer sobre los talentos en ciernes [...].


A partir de 1992, la poesía de Pablo Arana dio un giro que la situó en la corriente uniforme de la llamada "poesía de la experiencia", esa plaga endecasilábica fomentada por el entramado socialista a través de revistas como Fin de siglo y Renacimiento. Nos atrevemos a sospechar que tal giro no respondió a ningún tipo de exigencia espiritual [...], sino más bien a razones de política literaria: éxito fácil, acceso a casas editoriales y a revistas afines a la tendencia dominante, prebendas oficiales, viajes al extranjero, asistencia a congresos, premios amañados y promiscuidad sexual".


Y sigue, pero creo que sirve como muestra. Una delicia de libro que os recomiendo encarecidamente y que fue Premio Ciudad de Melilla, Premio de la Crítica y el Premio Nacional de Literatura.


Como siempre, si os gusta, ya sabéis. Dejo por aquí los datos de la obra:


Título: Vidas improbables

Autor: Felipe Benítez Reyes

Editorial: Visor poesía

Colección: Palabra de honor

Año: 1995, 2009

Páginas: 159

ISBN: 978-84-9895-036-6

Precio: 20 euros

Encontrado en: La Casa del Libro


Un remanso de paz

domingo, 17 de enero de 2010


Eso es lo que trajo la lectura de Ocnos, de Luis Cernuda, hace algunas semanas, a mi ajetreo diario. Fue un préstamo que tuve que devolver pero, por suerte, ayer me lo regalaron. Esta vez me ahorro los comentarios y dejo simplemente una de las piezas que lo componen.


LA ETERNIDAD


Poseía cuando niño una ciega fe religiosa. Quería obrar bien, no porque esperase un premio o temiese un castigo, sino por instinto de seguir un orden bello establecido por Dios, en el cual la irrupción del mal era tanto un pecado como una disonancia. Mas a su idea infantil de Dios se mezclaba insidiosa la de la eternidad. Y algunas veces en la cama, despierto más temprano de lo que solía, en el silencio matinal de la casa, le asaltaba el miedo de la eternidad, del tiempo ilimitado.


La palabra siempre, aplicada a la conciencia del ser espiritual que en él había, le llenaba de terror, el cual luego se perdía en vago desvanecimiento, como un cuerpo tras la asfixia de las olas se abandona al mar que lo anega. Sentía su vida atacada por dos enemigos, uno frente a él y otro a sus espaldas, sin querer seguir adelante y sin poder volver atrás. Esto, de haber sido posible, es lo que hubiera preferido: volver atrás, regresar a aquella región vaga y sin memoria de donde había venido al mundo.


¿Desde qué oscuro fondo brotaban en él aquellos pensamientos? Intentaba forzar sus recuerdos para recuperar conocimiento de donde, tranquilo e inconsciente, entre nubes de limbo, le había tomado la mano de Dios, arrojándole al tiempo y a la vida. El sueño era otra vez lo único que respondía a sus preguntas. Y esa tácita respuesta desconsoladora él no podía comprenderla entonces.

La tregua

sábado, 9 de enero de 2010

Esta tarde fría de enero (¿acaso se puede esperar otra cosa en enero?) mientras veía por el rabillo del ojo un especial de Parchís (sin comentarios), he terminado de leer La tregua, de Mario Benedetti. A este autor llegué por su poesía, que me gusta bastante por su claridad, aunque a veces se me haga un poco cursi. Pena me da reconocerlo, pero tenía esta obra pendiente de lectura desde hacía años y solo a partir de la muerte de su autor, me decidí a comprarla. Supongo que soy parte de ese público "carroñero" que ve en la muerte del artista un acicate para acercarse a su obra.



El caso es que comencé su lectura ayer y prácticamente, no he podido hacer otra cosa en el día de hoy que terminarla. No he podido quitar los ojos del libro. No porque esté bien escrito (que lo está) o porque haya frases de esas que sé que me van a compañar ya siempre (que las hay), sino porque me cae muy bien el protagonista. Se trata de un hombre tan normal, tan normal, que me resulta extraordinario todo lo que hace, lo que piensa y, sobre todo, que se atreva a confesar sus miedos más profundos: las inseguridades comunes a todos, cierto desapego hacia uno de sus hijos, al que ve casi como a un desconocido, los celos...

Este tono confesional se debe a que la novela es un diario de un funcionario que está a punto de jubilarse. Próximo a cumplir los cincuenta tiene la sensación, más bien la certeza, de que no ha hecho nada importante en su vida, pero lo acepta. Tiene tres hijos muy distintos entre sí, a los que ve casi como extraños (sólo tiene una relación más estrecha con su hija, Blanca) y es consciente de no haberles dado todo el cariño que necesitaban. Su mujer murió hace muchos años y desde entonces ha estado solo, viendo pasar los días en una existencia tranquila y sustentada en una cómoda rutina.

Hasta que el amor, inesperadamente, llega en forma de una muchacha joven, Laura Avellaneda. Y hasta ahí puedo leer. Es un amor que va de menos a más, sereno, lleno de miedos y de momentos maravillosos, sin caer en la cursilería fácil. Unamor que no surge de un flechazo, sino del conocimiento mutuo y de la aceptación de los defectos propios y del otro.

En la próxima entrada, colgaré algunos fragmentos.

Recomedada queda. Aunque supongo que muchos ya la habréis leído.