Que la paternidad (o maternidad) es una de las mayores alegrías que puede experimentar el ser humano es un tópico.
Que la vida no suele transcurrir como uno se espera es otro tópico. Los dos son igualmente ciertos.
El problema es que se combinen, es decir, que te toque ser padre en unas circunstancias especiales. Porque la vida, nuestros planes (esos que nos empeñamos en hacer y que no sirven para nada) pueden desviarse y traer sorpresas en cualquiera de sus fases y cualquiera de estos desvíos supone, para quien se ve empujado a ellos, dolor y extrañeza.
De lo extraño y doloroso que puede resultar el nacimiento y la crianza de un hijo trata el relato del que quiero hablar hoy, "Paternidad", de
Andrés Barba, incluido en su obra
Ha dejado de llover. Es lo primero que leo de él y, si Dios quiere, no será lo último. Se trata de un relato sincero, duro, que no sé si parte de una experiencia personal (en realidad, no me importa), pero que se ajusta con precisión a la situación de muchas personas y que he leído/vivido como propio.

En él nos habla de las experiencias de un padre forzoso que, por circunstancias de la vida y de sus caracteres (el suyo y el de su hijo), no termina de conectar con el pequeño. Alguien para quien la experiencia de la paternidad no está asociada a una habitación de hospital llena de flores y unas efusivas felicitaciones, sino a una relación hostil con la madre y fines de semana alternos (con suerte). Habla de esa dura sensación de tener frente a ti a un desconocido de un metro y poco al que no sabes cómo tratar porque para él no eres más que un extraño o porque no sabe o no puede demostrar lo que pasa por su cabeza. De esos niños que no terminan de ser como el resto. De esos padres que no atinan nunca con el regalo adecuado porque siempre se lo compran al niño con el que estuvieron hace un par de meses y que, por supuesto, ya no tiene nada que ver con el niño que tienen enfrente. Del amor construido pieza a pieza, trabajado a base de ensayo y error. De la lucha por conocer y ser (re)conocido.